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ahi es donde me podran leer espero sus comentarios

 

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Considerada una pérdida de tiempo, una costumbre mediterránea típica de los vagos y de los perezosos, la siesta vive ahora una segunda juventud. Las empresas descubren que dormir un rato mejora la productividad. Y sobre todo la salud. Una ventana abierta, para que circule un poco de la corriente del verano. El volumen de la televisión o del aparato de música muy bajo.

Las cortinas corridas. Una almohada suave detrás de la cabeza. Una manta ligera apoyada en la barriga. Empieza una lenta digestión. Los ojos se cierran y poco a poco la cabeza se cae durante unos minutos. Es la hora de la siesta. Esta costumbre tan española (Camilo José Cela la definió como el «yoga ibérico») es una práctica antigua. Se echaban un rato para descansar los antiguos romanos y los cortesanos y campesinos en la edad media. También tenía costumbre de dormir Napoleón encima de su caballo entre batalla y batalla. Asiduos defensores de la siesta eran Albert Einstein («para inspirarse»), Thomas Edison para inventar y Johannes Brahms, que llegaba a quedarse frito encima del piano. Incluso la irreducible Margaret Thatcher cargaba las pilas unos minutos por la tarde. Todos tenían sus razones. Y estaban en lo cierto. El organismo humano precisa hacer una pausa a mitad de la jornada. De acuerdo con nuestro reloj biológico, al cabo de ocho horas de estar despierto, el cuerpo atraviesa un bajón (la palabra siesta viene del latín «hora sexta», que defi ne el lapso del día entre las doce y las tres) y nos pide que paremos. La temperatura corporal baja, el cansancio pasa factura: hay que dormir. Pese a que en España se debate periódicamente si hay que limitar este tiempo de descanso para trabajar más horas, en otros países se discute precisamente de lo contrario: ¿y si la siesta fuera una buena idea para vivir (y trabajar) mejor?

El doctor James Maas, autor del libro Power sleep,defi ende los benefi cios de la pausa mediterránea para las empresas norteamericanas. «Los rígidos horarios laborales se pelean con los ritmos naturales del ser humano», afi rma. En Estados Unidos el 70% de los trabajadores duerme menos de seis horas por noche. Y la falta de sueño pasa factura… económica. Una investigación cifra en 82.000 millones de euros el coste para las empresas debido a la menor productividad en el puesto de trabajo.

Las compañías se han dado cuenta de ello y algunas han decidido habilitar espacios específicos para que los empleados puedan echarse una cabezadita. En inglés se llaman nap lounges. El motor de búsqueda Google tiene instaladas en su ofi cina unas singulares cabinas aisladas de la luz y del sonido (cuyo precio supera los 5.000 euros). En Nueva York la cadena Yelo también ofrece varias cabinas de descanso. Ya cuenta con 4.000 clientes, en su mayoría altos ejecutivos, y ya tiene previsto abrir otros 25 espacios en la ciudad ante el éxito.

En Francia, el país que ha promovido las 35 horas semanales, el ministro de Trabajo, Xavier Bertrand, ha sacudido recientemente el país con una propuesta provocadora: «¿por qué no echarse una siesta en el trabajo?», se preguntó el político francés. «La cuestión no debe suponer un tabú. Pondré en marcha una experimentación. Si los resultados son positivos, no dudaré en promoverla», anunció Bertrand hace unas semanas. Sus proclamas no han caído en saco roto: en el taller Leblon-Delienne, que trabaja en el sector de los dibujos animados, los empleados han sido autorizados a dormir la siesta en la oficina. En España cuesta abandonar esta costumbre. Un caso emblemático es lo que ocurrió en los centros Masajes a 1.000. Con el tiempo, los dueños se dieron cuenta de que había un nuevo nicho de mercado más allá de los tratamientos relajantes. «Hace unos años empezamos a ver que muchas personas venían al mediodía, después de comer, a hacerse un masaje pero lo que en realidad querían era una siesta, se dormían y no aprovechaban el masaje», explicaba a este diario la empresaria Marina Egea. Fue entonces cuando habilitaron sillas ergonómicas donde los clientes podían echarse un rato.
Según una encuesta realizada por Pikolín, el 24% de los españoles no renuncia a una siesta formal. Pero otro estudio promovido por la revista Neurology rebaja este porcentaje al 8%. Curiosamente, de acuerdo con esta fuente, no seríamos el país más adicto a la cabezadita. Los líderes serían los alemanes: el 22% descansaría después de comer. En China la siesta se la llama xiu-xi y allí se considera un derecho constitucional. Con todo, posiblemente los españoles somos los que más protegemos este derecho. Se puede recordar, en este sentido, lo que ocurrió en el Ayuntamiento de Alcàntera de Xúquer, de 1.400 habitantes, cerca de Valencia, que aprobó el pasado mes una ordenanza que prevé una multa de 750 euros para quienes molesten o fastidien durante la siesta en verano. El descanso sigue siendo algo sagrado.

Las empresas españolas también se han sumado a esta tendencia. Hay que mencionar el caso de la compañía MRW, que decidió instalar en su sede un gimnasio y unos sillones para que los trabajadores descansen y reciban masajes. Eso sí, fuera del horario laboral (de ocho a cuatro de la tarde). La siesta aún no está institucionalizada. «Qué más quisiera yo», reconoce a media voz un empleado (antes de comer).

A estas alturas, nadie parece discutir que dormir un ratito es perfectamente compatible con una vida laboral plena y productiva. Ya lo dijo Winston Churchill: «Es de ingenuos pensar que porque uno duerme durante el día trabaja menos. Después de la siesta, se rinde mucho más». Ahora la ciencia lo ha confirmado. La agencia espacial estadounidense NASA, al hacer un estudio sobre los astronautas, llegó hace unos años a la siguiente conclusión: después de un breve descanso, la productividad en el trabajo aumenta hasta un 34% y la capacidad de atención, un 54%. También se benefi cia el corazón: una investigación llevada a cabo por las universidades de Atenas y Harvard ha demostrado que una pausa a comienzos de la tarde puede reducir los riesgos de enfermedades cardíacas hasta un 37%. «La siesta tiene más futuro que nunca. Es un hábito incluso recomendable para ciertas profesiones que precisan mantener la capacidad de atención prolongada, como los transportistas», afi rma Francisco Javier Puertas, presidente de la Sociedad Española del Sueño.

El profesor Olaf Lahl, del departamento de Psicología de la Universidad de Dusseldorf, sostiene que una pequeña cabezadita (de tan sólo seis minutos) refresca la mente y mejora la memoria: el sueño breve es muy benefi cioso para la fi jación de los recuerdos. «Es muy posible que la siesta mejo-re también el resto de las funciones cerebrales, a condición de que sea limitada», reconoce Lahl. «En Alemania la costumbre de la siesta entre los estudiantes no es algo inusual. Yo mismo la echaba de joven», confi esa. En este sentido, otro experimento llevado a cabo en Inglaterra por el profesor Richard Wiseman ha demostrado que durante las siestas las personas tienen sus momentos más creativos. El 30% aseguró que sus mejores ideas llegaron precisamente en el momento de descanso. Una prueba más de que la siesta es saludable es su empleo en los entrenamientos de los deportes de elite de alta competición. Chris Carmichael, uno de los preparadores del ciclista Lance Armstrong, reveló que el descanso después de comer representaba «un aspecto crítico de su plan de entrenamiento global». Asimismo, no es una coincidencia que los regatistas que navegan en solitario y que se pasan horas sin dormir opten por cerrar los ojos a intervalos de tan sólo veinte minutos. Justo el tiempo de una siesta.

Sin embargo, para que este parón vespertino produzca sus efectos benéfi cos hay que respetar una condición esencial: tiene que ser breve y no exceder los veinte minutos o como mucho media hora. La explicación reside en el llamado ciclo del sueño. Cuando nos acostamos, pasamos por cinco fases. La primera consiste en la transición del estar despierto al dormir. Puede durar cinco minutos. La segunda se caracteriza por una ralentización de la respiración y del latido cardíaco, además de una relajación muscular, y dura como mucho treinta minutos. A partir de ahí, se entra en periodos más profundos hasta llegar a la fase REM, que es cuando se producen los sueños. Hay que evitar llegar a este punto, porque así nos costará mucho despertarnos (es lo que los especialistas llaman inercia del sueño). Puede incluso que luego tengamos problemas para dormirnos por la noche.

En la siesta influyen naturalmente otros factores, como el clima, si hace calor y la comida, cuando es copiosa, rica en hidratos de carbono y acompañada de algún que otro destilado. Pero no son causas directas. El factor que más pesa en la necesidad del descanso vespertino es la calidad del sueño nocturno. Si dormimos mal (y poco) por la noche, aumentará el cansancio de la tarde. Fernando Masa, experto en sueño del hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres, sostiene que la siesta es algo fi siológico. Pero si una persona duerme sistemáticamente más de media hora después de comer, puede ser el síntoma de que sufre algún trastorno, como la llamada apnea del sueño, que se manifi esta con problemas respiratorios que perjudican la calidad del descanso nocturno. En este caso, tampoco la siesta va a arreglar el problema. «Un adulto que duerme por la noche un promedio de siete horas y media no tiene por qué echar siestas demasiado largas, salvo que no tenga la necesidad de recuperarse de un cansancio extra», apunta Masa. En cuanto a los niños, «es un hábito muy recomendable y puede incluso durar más tiempo», recuerda el profesor Puertas.

En todo caso, echarse una siesta nunca ha sido tan saludable como ahora. La Asociación Ibérica de Patología del Sueño, explica que hoy se duerme casi dos horas menos que a principios del siglo XX, debido a la luz eléctrica, a la televisión, a las largas jornadas de trabajo y al estrés. Es decir, que respecto al pasado hay cada vez menos tiempo para dormir, con lo que la siesta se está convirtiendo en una práctica casi necesaria si queremos estar en forma.
Promovido por una organización sin ánimo de lucro, el pasado 25 de junio se celebró en el Reino Unido el llamado día Nacional de la siesta. Lo que los ingleses no se imaginan es que aquí muchos lo celebran cada día.

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